Edición 40, Estrategia

PYMES en la CIMA

Por: Antonio Lloret
Profesor Investigador de la Escuela de Negocios
ITAM

El movimiento actual de sustentabilidad y responsabilidad social de las empresas pareciera ser un esfuerzo dirigido exclusivamente a empresas grandes, a las que cotizan en bolsa o simplemente a las que reconoce la población en general. Sin embargo, poco más de 99 de cada 100 empresas en México son pequeñas o medianas, PYMES. Estas empresas, si bien sólo concentran 35% de la producción bruta total, emplean a 73% del personal ocupado (INEGI 2010). No es poca la importancia que tienen las PYMES en la economía, la sociedad y el medio ambiente; por esta razón, es necesario que generen un sentido de sustentabilidad o responsabilidad social en proporción a su tamaño y, en la medida de lo posible, su impacto.

Las PYMES deben formular una estrategia de sustentabilidad que esté alineada con su competitividad y generación de valor; de otra forma, la sustentabilidad de la PYME se convierte, en el mejor de los casos, en una idea romántica.

El principal objetivo de la sustentabilidad es generar valor económico, social y ambiental para perdurar. Consiste en pasar de ver a la empresa como generadora de valor monetario (medido en pesos y centavos) a verla como una empresa capaz de generar valor dentro y fuera de su entorno económico, social y ambiental. Porter llama a este concepto shared value, “valor creado” (Porter y Kramer 2011). Freeman et al. lo llaman stakeholders value, “valor para los agentes de interés” (Freeman et al. 2010).

Además, se ha planteado la hipótesis de que al adoptar una estrategia de sustentabilidad o de responsabilidad social, eventualmente la empresa generará beneficios económicos (Clarkson et al. 2007; King y Lenox 2001; Orlitzky, Schimdt y Rynes 2003). La hipótesis ha sido probada parcialmente en el extranjero, aunque hay dudas de si en realidad los beneficios económicos no son más un reflejo de la eficiencia operativa (Porter y van der Linde 1995). Para el caso de México, no hay información empírica sólida de que la hipótesis sea válida en lo general. Podemos afirmar que, en este tema, estamos en pañales.

En algunos estudios se indica que la reputación (González-Lara 2008) o la filantropía (Weyzig 2007) son detonadores de acciones de sustentabilidad; sin embargo, en modelos estructurales económicos se señala que la adopción de prácticas de sustentabilidad ambiental es una consecuencia de una regulación más estricta (Blackman et al. 2007; Ruiz-Arredondo, Rivera-Planter y Muñoz-Piña 2006), capacitación subsidiada por el regulador (Dasgupta, Hettige y Wheeler 2000) o bien de incentivos del mercado, como el acceso a mercados internacionales o la demanda de bienes y servicios de gobiernos comprometidos con la conservación del medio ambiente (Blackman et al. 2007; Montiel y Husted 2009). La adopción de sistemas de administración ambiental no significa necesariamente que las empresas sean más rentables.

En el único estudio empírico que aproxima la idea de competitividad a la de sustentabilidad en México, se encontró que en compañías de más de 500 empleados, seis de cada diez empresas considera que las acciones de sustentabilidad que han implantado les han generado beneficios económicos (Aigner y Lloret 2011).

Suponiendo que sea cierto que la sustentabilidad genera mayores beneficios económicos o, simplemente, que la búsqueda de la sustentabilidad en la empresa puede llevar a eficiencias operativas, vale la pena preguntar si las PYMES son proclives a esta dinámica y, de ser así, cómo y por dónde empezar.

La respuesta, que bien podría estar en el aire (Dylan 1963), en realidad se encuentra en “La CIMA”.

CIMA es un acrónimo de los pasos que debe dar una PYME y cualquier otra empresa para adoptar una estrategia de sustentabilidad que genere valor en el medio interno y externo. La CIMA consta de acciones específicas que la compañía puede emprender inmediatamente y sin incurrir en costos para adoptar una estrategia de sustentabilidad.

Lo primero que hay que hacer para llegar a la CIMA es pensar que el tamaño de la empresa no debe de ser el motivo para adoptar una estrategia sustentable. De hecho, cualquier empresa, por diminuta que sea, puede lograrlo.

La CIMA consiste en generar valor en la empresa, valor compartido dentro y fuera con sus agentes de interés, accionistas, proveedores, clientes, empleados, el gobierno y hasta la competencia.

La CIMA es la estrategia de Conocer, Innovar, Medir y Actuar que lleva a generar valor económico, social y ambiental.

Conocer

  • Conocer al consumidor. ¿Cuáles son sus preferencias y sus tendencias? ¿Cuáles son sus necesidades?
  • Conocer a la competencia. ¿Dónde está, quién es, qué hace, cómo produce? El conocimiento es indispensable para la competitividad. No dejar que la competencia determine el mercado. Comprar, en la medida de lo posible, el producto de la competencia y analizarlo, conocerlo, entenderlo y compararlo con los productos de la compañía: qué hace bien la propia empresa, qué hace bien la competencia. Tomar las medidas necesarias.
  • Conocer a la propia empresa. Saber qué produce, cómo lo produce y quién lo produce. Conocer a los empleados, la cadena de valor, los activos, los recursos. Saber qué recursos son los que estratégicamente le dan valor a la empresa.

Conocer equivale a entender las tendencias del mercado, y las fortalezas y debilidades de la empresa.

Innovar

  • El conocimiento de la empresa, sus clientes y la competencia debe concretarse en la investigación de dónde se encuentra la compañía y adónde va. Indagarlo lleva a entender qué hace y a preguntarse si se puede hacer mejor. Hacer mejor es rediseñar los productos y servicios pensando en cómo generar mayor valor económico, social y ambiental. Innovar es también mejorar la manera de hacer las cosas. Es salir de los paradigmas tradicionales de organización y producción con el fin de incluir a la sociedad y la comunidad en las metas de la compañía. El objetivo debe ser mejorar lo que hace la compañía. Además, un rediseño ayuda a reducir costos. No hay que creer que el rediseño implica volver a hacer las cosas desde cero. Implica repensar los procesos, saber qué ha funcionado, qué no y qué se ha hecho en ese sentido. Indagar lleva a innovar, a hacer mejor las cosas. Si para innovar es necesario invertir, hay que pensar en la mejor manera de hacerlo. Invertir en innovación no significa necesariamente hacer desembolsos. Innovar es generar beneficios, aumentar la demanda, disminuir los costos. Innovar no significa sacrificar utilidades. Ser sustentable significa adelantarse a la competencia de manera responsable, y esto se logra innovando.

Medir

  • Medir es indispensable para que una acción genere valor. La sustentabilidad requiere medir, vigilar y conocer qué impacto tienen las operaciones de la empresa; medir el uso de los recursos naturales, humanos y financieros. Medir requiere saber cuánto se hace hoy y establecer metas específicas para cada uno de los recursos. Hay que medir cuánto se gasta de agua, cuánto de electricidad, cuánto de materias primas y, desde luego, cuántos residuos genera la compañía. Hay que medir el impacto de la empresa en el exterior. Debe evaluarse el impacto que tiene la empresa en la comunidad, municipio, estado y país. Si el impacto es negativo, hay que innovar los procesos para mejorar. Es preciso recordar que medir implica recopilar y analizar la información para ser más eficiente, más rentable. Cuanto más se mida, seguramente se encontrarán más aspectos que mejorar.

Adaptar, Adoptar, Aprender y Actuar

  • Es conveniente adaptar las operaciones para que lo que se ha aprendido durante la investigación y la innovación genere valor en la empresa. No hay que olvidarse de medir. Debe adoptarse una visión hacia el futuro y contemplar a la empresa en el tiempo; adoptar las mejores prácticas de empresas respetables; aplaudir, reconocer al equipo por hacer bien las cosas y, cuando no las haga bien, aprender de los errores. Aprender de éxitos y fracasos. Aprender de los clientes, la competencia y sus clientes. Actuar y tomar decisiones hoy.

La estrategia de sustentabilidad es una estrategia de generación de valor en la que el conocimiento de tendencias, la innovación y rediseño de procesos, bienes o servicios, la medición y la acción permiten alcanzar una mayor competitividad y emprender esfuerzos de sustentabilidad. Recuerde: mañana, cuando llegue a su negocio, directo a la CIMA.?

Bibliografía

Aigner, Dennis J., y Antonio Lloret. 2011. “Sustainability and Competitiveness.” UC-MEXUS.
Blackman, Allen, Bidisha Lahiri, William Pizer, Marisol Rivera-Planter y Carlos Muñoz-Piña. 2007. “Voluntary Environmental Regulation in Developing Countries: Mexico’s Clean Industry Program.” Resources for the Future.
Clarkson, P. M., Y. Li, G.D. Richardson y F.P. Vasvari. 2007. “Does It Really Pay To Be Green: Determinants and Consequences of Proactive Environmental Strategies.” Simon Fraser University.
Dasgupta, Susmita, Hemamala Hettige y David Wheeler. 2000. “What Improves Environmental Compliance? Evidence from Mexican Industry.” Journal of Environmental Economics and Management 39: 39-66.
Freeman, R. Edward, Jeffrey S. Harrison, Andrew C. Wicks, Bidhan L. Parmar y Simone de Colle. 2010. Stakeholder Theory. The State of the Art. Cambridge, Cambridge University Press.
González-Lara, Mauricio. 2008. Responsabilidad social empresarial. México, Grupo Editorial Norma.
INEGI. 2010. “Resumen del Censo Económico 2009.” Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática.
King, Adrew y M.J. Lenox. 2001. “Does It Really Pay to Be Green? Accounting for Strategy Selection in the Relationship Between Environmental and Financial Performance.” Journal of Industrial Ecology 4: 105-16.
Montiel, Ivan, and Bryan W. Husted. 2009. “The Adoption of Voluntary Environmental Management Programs in Mexico: First Movers as Institutional Entrepreneurs.” Journal of Business Ethics 2009 88: 349-63.
Orlitzky, M., F.L. Schimdt y S.L. Rynes. 2003. “Corporate Social and Financial Performance: A Meta-analysis.” Organization Studies 24: 403-41.
Porter, Michael E., y Claas van der Linde. 1995. “Toward a New Conception of the Environment-Competitiveness Relationship.” Journal of Economic Perspectives 9 4: 97-118.
Porter, Michael E., y Mark R. Kramer. Enero de 2011. “Creating Shared Value.” Harvard Business Review: 1-17.
Ruiz-Arredondo, José, Marisol Rivera-Planter y Carlos Muñoz-Piña. 2006. “Incentivos económicos de las empresas a participar en acuerdos ambientales voluntarios.” México, Instituto Nacional de Ecología.
Weyzig, Francis. 2007. “Corporate Social Responsibility in Mexico.” Accountancy Business and the Public Interest 6 1: 1-157.

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