Edición 49, Mercadotecnia

El Verdadero Costo de las Redes Sociales

El Verdadero Costo de las Redes SocialesPor: Álvaro Rattinger

El efecto secundario más famoso de internet es la gratuidad, es decir, que nos hemos acostumbrado a recibir mucho por nada o por muy poco. A nadie le gusta pagar por algo que puede obtener gratuitamente; sin embargo, lo barato puede salir caro.

Internet se ha convertido en el principal precursor de los servicios sin costo. En otros tiempos, se le llamaba sampling al regalo de pequeñas muestras de producto; ahora, el término freemium o trials parece más adecuado. Hace unos años se obsequiaba el producto para evaluarlo; hoy, un simple registro implica ya la entrega de información. Las redes sociales son el mejor ejemplo de servicios que se reciben sin un intercambio monetario; no obstante, son también los más caros.

Nada es gratis en la vida, y aunque parezca que se obtiene un beneficio personal de un servicio, a la larga sale más caro. Intentaré exponer mis razones. Al final serán los lectores los que dicten la sentencia.

Los servicios que se entregan gratuitamente deben generar por fuerza ingresos de alguna manera, y lo interesante es que los consumidores rara vez lo vemos. Lo más común es utilizar una aplicación o sitios web gratis a cambio de recibir mensajes comerciales incesantes. El modelo publicitario de los sitios de contenido está impreso en la mente del  consumidor: el uso de publicidad para allegarse de fondos es uno de los caminos más lógicos. Al recibir el servicio de una red social gratuita el usuario cede ante la publicidad; sin embargo, no se detiene allí.

Todo cuesta, aunque sea un poco

Las redes sociales, Twitter, Facebook, Instagram o Youtube, por mencionar algunas, reciben fondos de la venta de publicidad, de los inversionistas o de sus acciones en la bolsa. También recolectan dinero por la investigación de nuestro comportamiento, es decir, patrones de navegación, minería de datos o contenido. En más de una conferencia he preguntado a los asistentes quiénes utilizan Facebook. Cuando la mayoría levanta la mano, mi siguiente pregunta es quién pagaría por este servicio. Casi todos la bajan. Llama la atención la respuesta, ya que todos los días lo pagamos con nuestra información. Un fenómeno similar se da con Whatsapp, un servicio que se convirtió en el mejor ejemplo de lo que un consumidor considera gratuito. Facebook pagó aproximadamente 16 000 millones de dólares por la compra de este servicio de mensajería, una suma que fue posible por el gran número de usuarios. Si lo pensamos detenidamente, vemos que se liquidó una suma millonaria por la libreta de teléfonos móviles más grande del mundo. ¿Que ganó el consumidor final? Nada. Pero basta revisar las políticas de servicio de Facebook para entender mejor el problema: “Para el contenido protegido por derechos de propiedad intelectual, como fotografías y vídeos (en adelante, ‘contenido de PI’), nos concedes específicamente el siguiente permiso, de acuerdo con la configuración de la privacidad y las aplicaciones: nos concedes una licencia no exclusiva, transferible, con derechos de sublicencia, libre de derechos de autor, aplicable de manera global, para utilizar cualquier contenido de PI que publiques en Facebook o en conexión con Facebook (en adelante, “licencia de PI”)”. Google Plus, Twitter y Youtube contienen cláusulas similares.

No me parece incorrecto lo que hacen Facebook y las otras redes sociales. Es de esperar que para tener ese nivel de atención (¿cuándo fue la última vez que falló el servicio de Facebook?) se pague con algo muy valioso, en este caso, nuestro contenido y nuestra privacidad. Una de las principales normas que inculcan las madres a sus hijos es la de no hablar con extraños ni dar información personal a desconocidos. ¿No hacemos eso mismo al utilizar servicios gratuitos sin leer las letras chiquitas? Casi todo servicio en internet requiere ceder algo de privacidad. El problema es establecer los límites para tal efecto.

La vanguardia del consumo
Pagar por un servicio, en moneda, es un ejercicio olvidado pero que da un poder especial al consumidor. Si un refresco de Coca Cola no tiene gas, simplemente lo regresamos a la tienda. Si no hubiéramos pagado, la solución más eficiente sería desechar el producto. Lo mismo sucede con procesadores de texto y creadores de presentaciones. Es fabuloso que Keynote, Pages y Numbers de Apple sean gratuitos; sin embargo, como hay poco incentivo para que Apple innove, su mercado es resultado de no cobrar. Es cierto que muchos nos beneficiamos, pero vale la pena preguntar qué cedemos a cambio.

En los próximos años, los usuarios de internet nos enfrentaremos a un escenario nuevo. No será la deflación del costo de servicios y bienes de propiedad intelectual (música por diez pesos), sino que ahora tendremos servicios que devuelvan la privacidad a cambio de pagos mensuales. Una nueva generación de consumidores preferirá pagar con tal de permanecer (más o menos) anónimo. ¿Qué tipo de consumidor será usted? ?

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